“El antiguo estupor de la elegía
Me abruma cuando pienso en esa casa
Y no comprendo como el tiempo pasa,
Yo, que soy tiempo y sangre y agonía”
Jorge Luis Borges.
Nota: este derrape recupera partes de "Volver a mí". Cuando algo doloroso se dice, la angustia que lo acompaña se escurre por las grietas de la palabra. Y se diluye un poco la pena. Algunas cosas precisamos decirlas varias veces, de diferentes maneras, hasta dar con la fórmula que desbarate el nudo que suele ajustarnos la garganta.
No me va a alcanzar la vida para hacer todo lo que quiero.— Laputaqueteparió. Ponele.
Por ejemplo, escribir
de una manera interesante/atrapante/que
te mate de risa/que te cague de miedo/que te deje con la intriga y un largo
etcétera. Es más, no me va a alcanzar la vida para poder escribir sin que
alguien rompa los huevos, (o los “huevarios”, como decimos con la Gringa), de manera regular.
Si fuera por mi, quemaría todo lo que escribo.
El problema radica en que me tendría que quemar el cerebro,
porque todo está escrito y guardado ahí:
tengo una memoria bastante buena para los acontecimientos biográficos; relatos
oídos e historias que empiezo a armar… Y
esa memoria, a veces burbujea cual
caldero en Halloween.
NI hablar de cuando hace calor; viajo; abro alguna de las cajas
que traje a principios del año pasado; o veo fotos viejas. Todo eso me
hace explotar, y siento que necesito cuatro manos (mínimo) para poder escribir lo que se me ocurre.
La escritura es mi forma de exorcismo personal y una manera
de preservar cosas, de escamotearle algo al tiempo; respecto del cual, mi única
certeza es la de que nos acerca cada segundo un poquito más a la muerte. Y
cuando te moriste, chau. Fue. Porque no hay otra.
Y cuando se muere
alguien que querías, desaparece una parte de tu mundo, y el mundo de él o ella
por completo. Odio ver como las cosas sobreviven a sus dueños, aunque admito
que a veces me consuela conservar alguna gilada de mi viejo; mi abuela, mi tía.
Otras, me desmoraliza.
De momento, fue el viajecito a mi antiguo hogar lo que me
dejó con la sensación de haber recibido una patada en la naríz: mareada;
desorientada, y con un dolor físico, que
no parece muy dispuesto a irse.
Whatever, resolví lo que tenía que resolver, y cumplí con el
ritual de visitar el cementerio, so pena de que mi vieja me repudiara como hija
(Cosa que creo que se plantea desde que nací: la pobre no entiende de dónde
salí tan rara.) Y también porque sentía la necesidad de hacerlo.
Fui con los “huevarios” de moño, (normalmente me gustan los
cementerios, pero era la primera vez que iba sola a la tumba de mi viejo);
cosas para limpiar, flores y velas, no sea cosa que se me olvide algún paso del
ritual materno y caigan sobre mí cien años de maldiciones…
Y cumplida esta
parte, me senté a fumar, como solíamos hacer con Papá cuando ya se había
convencido de que yo no iba a dejar el vicio, y él tampoco.
Es curioso como los padres vuelven en los gestos: de golpe
me di cuenta de que sostenía el pucho igual que él, e incluso fumaba medio de
costado… De más está decir que me lloré la vida, cosa que me vino bastante
bien, y pude dejarle algo que había encontrado hace un tiempo.
Como tengo que seguir
remándola, en dulce de leche y con alfileres, más vale que le vaya encontrando
el gustito…
El tiempo marca hitos a través de las mudanzas. Eso, y los
ciclos que marcan las muertes, con su consiguiente desaparición de mundos,
basta para que me ponga a pensar en la
conflictiva relación que tengo con las cosas. Y que sienta unas ganas
tenaces de huir cada vez que pienso en abrir una caja… ¿Qué historias habrá?...
¿Podré?... ¿Por qué dejé de fumar?...
De momento, me espera el cuadro con las mariposas: la
pintura, ese otro exorcismo. Arboles míticos y mariposas: mariposas azules.
Para la memoria.
"El árbol de la Memoria" (mixta s/ lienzo) Viviana Werenczuk, 2013. |