Los que me conocen saben que escribo hace muucho tiempo. Lo mismo con el dibujo y la pintura, si bien jamás toleré mucha "instrucción formal": escribo porque me gusta, lo amo realmente. Y pinto por una necesidad expresiva que va más allá de las palabras. No soy muy seguidora de recetas, y cuando una obra se gesta, se gesta y hay que parirla "para ayer". Cosa imposible, que estas dos actividades me ayudan a moderar, a base de "aprender" paciencia y constancia. (Porque esa es otra de mis no- virtudes: los bajones a lo montaña rusa...)
En fin, Hace un par de días, junté el coraje que me faltaba, y aplaqué la vagancia para publicar "Siete Minutos". en Liibook. Si están muy aburridos, pasen por ahí y vean.
Pueden dejar comentarios; votar;recomendar y agregar autores favoritos y pasar un buen rato leyendo a gente que, como una vez dijo mi amiga Maru, "Se animó".
Disfruten el domingo, les dejo la tapa del segundo, que está en construcción.
domingo, 17 de marzo de 2013
miércoles, 13 de marzo de 2013
El árbol de la memoria
Quiero contarles una vieja historia, de esas que se
mantienen vivas en el río subterráneo que todos llevamos dentro. “El río debajo
del río”, me gusta llamarle.
Es un río caprichoso, que une u desune; desaparece; borbotea
y a veces inunda. Se nutre de lágrimas no derramadas y de sueños no soñados.
Había una vez una niña, que oía a sus mayores hablar con
pena en un idioma que no entendía. A ella sólo le enseñaban laa “malas palabras”,
para escandalizar a la abuela y algunas otras cosas, como “Quiero
dormir”. Sin embargo, y porque no siempre hablaban aquel idioma, desde muy pequeña, escuchaba hablar con amargura sobre los nazis y “lo que le habían hecho” a
los polacos; judíos y ucranianos.
Alcanzaba a entender que era algo terrible, y supongo que fue entonces
cuando comenzó aquel sueño de angustia que la acompañó tanto tiempo: el tiempo
de la infancia, donde los minutos para la sorpresa son eternos y fugaces para el juego.
El sueño, era casi totalmente en blanco y negro y sin el menor sonido.
En él, veía a una multitud caminando cabizbaja; asustada; hacia
un lugar enorme. Ella que iban a morir, y
quería gritarles con todas sus fuerzas que no fueran, que diesen media vuelta,
que escaparan… pero por esos caprichos del sueño, no tenía voz. Entonces,
comenzaba a correr para alcanzarlos, con la idea de tirar de la mano de alguno
de ellos para advertirle. Pero nunca los
alcanzaba, sino que se encontraba de
pronto corriendo sola, a través de edificios de madera vieja y gris; gastados y
con los tejados derruídos. Todo cuanto sentía, era que debía salir de allí,
seguir corriendo, porque alguien esperaba. Dónde, no lo sabía. Pero la
esperaban.
La carrera la dejaba sin aliento, en una colina, en la que
se alzaba un árbol viejo y retorcido, sin
hojas y con ramas extrañamente rizadas. Entonces, veía una única mariposa, azul, pequeña , posada en uno de los nudos del tronco.
Cuando quería tocarla, la mariposa comenzaba a moverse, y se
veía a sí misma como desde arriba, con
el vestidito blanco de los cuatro años y el cabello suelto, completamente sola.
Empezaba a soplar el viento, y la mariposa alzaba vuelo. Era entonces cuando despertaba.
Supongo que aquel sueño debió de seguir por mucho tiempo,
hasta que lo olvidó. Pero no olvidó las mariposas.
Pasaron los años, y aprendío algunas cosas sobre la vida y
la historia. Las mariposas azules, la siguieron fascinando y un día, descubrió
que la mariposa del sueño sí existía. Tenía un nombre largo, y complejo.
Y también, descubrió lo que decía Elizabeth Kübler Ross sobre las mariposas dibujadas en las barracas de los campos de concentración. En las paredes estaban grabados nombres; iniciales y dibujos. ¿Qué instrumentos utilizaron para hacerlos?. ¿Piedras?.¿Las uñas?. Los observé más detenidamente y noté que había una imagen que se repetía una y otra vez.
Y también, descubrió lo que decía Elizabeth Kübler Ross sobre las mariposas dibujadas en las barracas de los campos de concentración. En las paredes estaban grabados nombres; iniciales y dibujos. ¿Qué instrumentos utilizaron para hacerlos?. ¿Piedras?.¿Las uñas?. Los observé más detenidamente y noté que había una imagen que se repetía una y otra vez.
Mariposas.
Había
dibujos de mariposas dondequiera que mirara. Algunos eran bastante toscos, otros
más detallados. […] Sin embargo, las barracas estaban llenas de mariposas. En
cada barraca que entraba, mariposas.”¿Por qué? ¿Por qué mariposas?.”
Seguro
debían de tener un significado especial , pero ¿cuál?. Durante los siguientes
25 años me hice esa pregunta y me odié por no encontrar una respuesta.
El sueño volvió una noche, peor que antes: esta vez su padre
también estaba allí, y otra vez, no pudo alcanzarlo ni gritarle. Sólo que esta
vez, él llegó hasta el árbol de la mariposa, lo miró, la miró a ella y sonrió,
asintiendo. “Busca”—le dijo. Y se marchó.
Y eso hizo. Buscó. Y un día, después de muchas búsquedas, encontró
a dos, que llevaban el mismo apellido, no importa cual, registrados como
prisioneros en Auschwitz –Birkenau. Ni siquiera supo si eran o no familia,
simplemente los guardó en su memoria. Se llamaban Jan y Sergiej.
Hasta que un día, el río de la memoria resurgió, caudaloso,
y volvió a soñar.
Esta vez, la acompañaban ellos. Y ya no era una niña, sinó una
mujer joven. Y el árbol, estaba afuera, esperando. En una puesta de sol, lleno
de mariposas azules.
Ese, es el árbol de la memoria. La memoria de todos aquellos
que fueron borrados de cualquier lugar de la faz de la tierra, por ser quienes
eran .
Este cuadro, es mi
torpe homenaje a todos ellos.
viernes, 8 de marzo de 2013
Día "D"
Se ve que nos hacen falta excusas
para desearnos días felices. Hace poco, yo misma decía esto en relación al “Día
de los Hermanos”. Después, vino la
pregunta: ¿por qué hacen falta excusas para desearle a los demás un día felíz;
un día bueno; lleno de cosas que lo
hagan sentir bien?.
Será que de a poco van
desapareciendo los otros, y no hablo solamente
de esos “otros” a los que nos
unen los afectos: hablo de todos aquellos con los que nos cruzamos cada día,
sin registrar.
Hace tiempo, pensaba que
desaparecer es algo que puede suceder de
muchas formas: la desaparición física es la forma aparentemente más definitiva,
ya que con una persona que se va, mueren universos: esos que se crean con cada
uno de quienes lo conocen y quieren. Algo perdura en la memoria, por suerte. Y
creo que ahí reside la clave: la desaparición definitiva es el olvido.
No es necesario que el cuerpo
falte: basta con olvidar; con negar; con silenciar; con mirar a otro lado.
Obviamente, me dirán — ( y con razón)— no se puede conocer ni estar atento e
implicarse con todo el mundo. Sería un caos interesante, pienso; al menos más
acogedor que aquél en el que ya vivimos. O una pesadilla. No sé. Por lo pronto
no pasa de una idea disparatada.
Las que me preocupan, son “microdesapariciones” si se quiere. Las de
todos los días: esas que se dan tan automáticamente que uno ya ni las nota.
¿De qué hablo?. De esas palabras y gestos
cotidianos, tan simples: el “Buenos días”; “Permiso”; “Por favor”; Perdón” y
“Gracias”. Que son “sólo palabras”, si se quiere. O muestras de un mínimo registro del otro y
su presencia, si lo sentimos de verdad. Empecé a pensar que cada vez que uno
adelanta a alguien caminando; se mete en una fila; no cede un asiento y un
largo etcétera, ese alguien se borra un
poco. Serán las consecuencias del tiempo en que vivimos; de nuestras
subjetividades; de las hormonas, y qué se yo qué más.
Ojo, no estamos obligados a ir
por ahí saludando y agradeciendo a todo el mundo, porque esa también sería una
manera de ir en piloto automático. Pero mi costado soñador quiere seguir
pensando que con esos simples gestos, el mundo se vuelve un poco más cálido.
Serán sandeces, pero a mi me
importan.
Ahora si, que tengan todos un
felíz día.
Por favor, perdón y gracias.
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