domingo, 17 de marzo de 2013

Escritora Eléctrica.

Los que me conocen saben que escribo hace muucho tiempo. Lo mismo con el dibujo y la pintura, si bien jamás toleré mucha "instrucción formal": escribo porque me gusta, lo amo realmente. Y pinto por una necesidad expresiva que va más allá de las palabras. No soy muy seguidora de recetas, y cuando una obra se gesta, se gesta y hay que parirla "para ayer". Cosa imposible,  que estas dos actividades me ayudan a moderar, a base de "aprender" paciencia y constancia. (Porque esa es otra de mis no- virtudes: los bajones a lo montaña rusa...) 
En fin, Hace un par de días, junté el coraje que me faltaba, y aplaqué la vagancia para publicar "Siete Minutos". en Liibook. Si están muy aburridos, pasen por ahí y vean.
 Pueden dejar comentarios; votar;recomendar y agregar autores favoritos y pasar un buen rato leyendo a gente que, como una vez dijo mi amiga  Maru, "Se animó".
Disfruten el domingo, les dejo la tapa del segundo, que está en construcción.





miércoles, 13 de marzo de 2013

El árbol de la memoria


Quiero contarles una vieja historia, de esas que se mantienen vivas en el río subterráneo que todos llevamos dentro. “El río debajo del río”, me gusta llamarle.
Es un río caprichoso, que une u desune; desaparece; borbotea y a veces inunda. Se nutre de lágrimas no derramadas y de sueños no soñados.
Había una vez una niña, que oía a sus mayores hablar con pena en un idioma que no entendía. A ella sólo le enseñaban laa “malas palabras”, para escandalizar  a la  abuela y algunas otras cosas, como “Quiero dormir”. Sin embargo, y porque no siempre hablaban aquel idioma,  desde muy pequeña, escuchaba  hablar con amargura  sobre los nazis y “lo que le habían hecho” a los polacos; judíos y ucranianos.  Alcanzaba a entender que era algo terrible, y supongo que fue entonces cuando comenzó aquel sueño de angustia que la acompañó tanto tiempo: el tiempo de la infancia, donde los minutos para la sorpresa  son eternos y fugaces para el juego.
El sueño, era casi totalmente  en blanco y negro y sin el menor sonido.
En él, veía a una multitud caminando cabizbaja; asustada; hacia un lugar enorme. Ella  que iban a morir, y quería gritarles con todas sus fuerzas que no fueran, que diesen media vuelta, que escaparan… pero por esos caprichos del sueño, no tenía voz. Entonces, comenzaba a correr para alcanzarlos, con la idea de tirar de la mano de alguno de  ellos para advertirle. Pero nunca los alcanzaba, sino que se encontraba  de pronto corriendo sola, a través de edificios de madera vieja y gris; gastados y con los tejados derruídos. Todo cuanto sentía, era que debía salir de allí, seguir corriendo, porque alguien esperaba. Dónde, no lo sabía. Pero la esperaban.
La carrera la dejaba sin aliento, en una colina, en la que se alzaba un árbol viejo y retorcido,  sin hojas y con ramas extrañamente rizadas. Entonces, veía una única  mariposa, azul, pequeña , posada  en uno de los nudos del tronco.
Cuando quería tocarla, la mariposa comenzaba a moverse, y se veía  a sí misma como desde arriba, con el vestidito blanco de los cuatro años y el cabello suelto, completamente sola. Empezaba a soplar el viento, y la mariposa alzaba vuelo.  Era entonces cuando despertaba.
Supongo que aquel sueño debió de seguir por mucho tiempo, hasta que lo olvidó. Pero no olvidó las mariposas.
Pasaron los años, y aprendío algunas cosas sobre la vida y la historia. Las mariposas azules, la siguieron fascinando y un día, descubrió que la mariposa del sueño sí existía. Tenía un nombre largo, y complejo.
 Y también, descubrió lo que decía  Elizabeth Kübler Ross sobre las mariposas dibujadas en las barracas de los campos de concentración. En las paredes estaban grabados nombres; iniciales y dibujos. ¿Qué instrumentos utilizaron para hacerlos?. ¿Piedras?.¿Las uñas?. Los observé más detenidamente y noté que había una imagen que se repetía una y otra vez.
Mariposas.
Había dibujos de mariposas dondequiera que mirara. Algunos eran bastante toscos, otros más detallados. […] Sin embargo, las barracas estaban llenas de mariposas. En cada barraca que entraba, mariposas.”¿Por qué? ¿Por qué mariposas?.”
Seguro debían de tener un significado especial , pero ¿cuál?. Durante los siguientes 25 años me hice esa pregunta y me odié por no encontrar una respuesta.

El sueño volvió una noche, peor que antes: esta vez su padre también estaba allí, y otra vez, no pudo alcanzarlo ni gritarle. Sólo que esta vez, él llegó hasta el árbol de la mariposa, lo miró, la miró a ella y sonrió, asintiendo. “Busca”—le dijo. Y se marchó.
Y eso hizo. Buscó. Y un día, después de muchas búsquedas, encontró a dos, que llevaban el mismo apellido, no importa cual, registrados como prisioneros en Auschwitz –Birkenau. Ni siquiera supo si eran o no familia, simplemente los guardó en su memoria. Se llamaban Jan y Sergiej.
Hasta que un día, el río de la memoria resurgió, caudaloso, y volvió a soñar.
Esta vez, la acompañaban ellos. Y ya no era una niña, sinó una mujer joven. Y el árbol, estaba afuera, esperando. En una puesta de sol, lleno de mariposas azules.
Ese, es el árbol de la memoria. La memoria de todos aquellos que fueron borrados de cualquier lugar de la faz de la tierra, por ser quienes eran .
Este  cuadro, es mi torpe homenaje a todos ellos.
Mixta sobre lienzo, 2013. © Viviana Werenczuk

viernes, 8 de marzo de 2013

Día "D"


Se ve que nos hacen falta excusas para desearnos días felices. Hace poco, yo misma decía esto en relación al “Día de los Hermanos”. Después,  vino la pregunta: ¿por qué hacen falta excusas para desearle a los demás un día felíz; un día bueno;  lleno de cosas que lo hagan sentir bien?.
Será que de a poco van desapareciendo los otros, y no hablo solamente  de esos  “otros” a los que nos unen los afectos: hablo de todos aquellos con los que nos cruzamos cada día, sin registrar.
Hace tiempo, pensaba que desaparecer es algo que puede  suceder de muchas formas: la desaparición física es la forma aparentemente más definitiva, ya que con una persona que se va, mueren universos: esos que se crean con cada uno de quienes lo conocen y quieren. Algo perdura en la memoria, por suerte. Y creo que ahí reside la clave: la desaparición definitiva es el olvido.
No es necesario que el cuerpo falte: basta con olvidar; con negar; con silenciar; con mirar a otro lado. Obviamente, me dirán — ( y con razón)— no se puede conocer ni estar atento e implicarse con todo el mundo. Sería un caos interesante, pienso; al menos más acogedor que aquél en el que ya vivimos. O una pesadilla. No sé. Por lo pronto no pasa de una idea disparatada.
Las  que me preocupan, son  “microdesapariciones” si se quiere. Las de todos los días: esas que se dan tan automáticamente que uno ya ni las nota.
 ¿De qué hablo?. De esas palabras y gestos cotidianos, tan simples: el “Buenos días”; “Permiso”; “Por favor”; Perdón” y “Gracias”. Que son “sólo palabras”, si se quiere.  O muestras de un mínimo registro del otro y su presencia, si lo sentimos de verdad. Empecé a pensar que cada vez que uno adelanta a alguien caminando; se mete en una fila; no cede un asiento y un largo etcétera,  ese alguien se borra un poco. Serán las consecuencias del tiempo en que vivimos; de nuestras subjetividades; de las hormonas, y qué se yo qué más.
Ojo, no estamos obligados a ir por ahí saludando y agradeciendo a todo el mundo, porque esa también sería una manera de ir en piloto automático. Pero mi costado soñador quiere seguir pensando que con esos simples gestos, el mundo se vuelve un poco más cálido.
Serán sandeces, pero a mi me importan.
Ahora si, que tengan todos un felíz día.
Por favor, perdón y gracias.