miércoles, 19 de diciembre de 2012

Volver a mí

Me fui de viaje, medio obligada, medio con ganas: el pago siempre tira, aunque ya no sea igual; aunque uno haya sentido alguna vez que todo lo que quería era irse.

Como cada vez que piso la ruta, y paso Entre Ríos, viajo acompañada de tantas anécdotas que me mareo. La mayoría tiene que ver con un señor de ojos verdes, fumador empedernido; matero riguroso y viajero de los de antes. Esos, para los que manejar era un gusto y no le hacían asco a los kilómetros, en cualquier ruta y clima.

Viajar, para mí, siempre fue un placer. Esta vez también, aunque sabiendo que se trata del inicio de una despedida, (despedida interminable, pienso), llevaba su cuota de tristeza. “Saudade”, dirían mis amigos de Brasil. Saudade porque fue duro reencontrarme con lo que forma parte de mis primeros recuerdos, y el paso del tiempo suele pegarme una trompada en la naríz con eso de que lo que fue ya no es lo mismo.

Es, cuanto menos, raro, volver y que no estén tus viejos esperándote. Quedarte en tu casa, que ya no es tu casa sino la de una familia que, (por esas vueltas del destino), te quiere como si fueras una más.

Más raro es despertarte en el que fue tu cuarto y que ahora es el de otra adolescente rebelde, que te llama tía y te demuestra que te adora; que los hermanos más chicos (que también te dicen tía), se peleen por estar con vos, y mostrarte cuanto crecieron en esos meses en que no estuviste.  Más bien, no es eso lo raro: es amor, así de sencillo.

Lo verdaderamente extraño, es encontrarte con la que fuiste,  a cada paso. Y reconocerla: en su parte preferida del jardín, abrazada a su primer perro, el mismo que se iba a perder en una tormenta unos años después, dándole la primer noción de lo que son las partidas.
 O verla hamacándose hasta tocar el cielo con los pies, saltando de la hamaca con cuidado para:
1.       Que no te vea tu madre, no sea cosa que le de pánico que la tabla te pegue en la cabeza y te  mueras, como le pasó “al tío del primo del hermano de no se quien”. (Las historias de mamá casi siempre terminan con un muerto o dos, cabe aclarar).
2.       No aterrizar en los tablones de la huerta, esmeradamente hechos por papá y que van a proveer de frutillas todo tu verano.
3.       Ahorrarte la vergüenza de arrugar en el último minuto, porque te entro miedo de que la tabla te pegue en serio.

También, verla escondida en la copa del árbol enorme, el único al que decidió que podía subir, óptimo escondite para cuando sentía que estaba sola en el mundo, y ni los libros, ni los amigos (reales e imaginarios) servían de mucho.
Encontrarla tirada de panza en cualquier lado, “caída adentro de un libro”; sentada al escritorio haciendo tenazmente la tarea, mientras las amigas adolescentes alborotan par a ir a tomar un tere a algún lado; avistarla tomado ese tere, mirando a hutadillas al amor imposible de turno, sintiéndose desgarbada y rara.
Y así, en miles de situaciones pasadas, que conviven con los reencuentros actuales y las preguntas de rigor: “¿Te recibiste? ¿Te casaste? ¿Tenés hijos? ¿Dónde trabajás?”, todas de un tirón, y a las que respondés según quien pregunte.

Lo más bravo fue visitar sola, (estando acompañada), ese rectángulo blanqueado por el sol, con su cruz y su placa: todo lo que queda de mi viejo, materialmente hablando. Siempre me gustaron los cementerios, probablemente por el culto que la familia de mi vieja tiene con esas cosas; y porque me podía pasar horas mirando fotos e inventando historias sin que me retaran. Llámenle como quieran, para mí era un paseo más, y tengo unas cuantas anécdotas de miedo que dan risa. Pero esa queda para otra.

Pero la cosa se complica cuando empiezan a ser “los tuyos” los que están ahí…
 Por suerte la compañía ayudó con cuestiones prácticas, y cumplí con el rito familiar de la limpieza, las flores y las velas. Pude quedarme a solas un rato, y decirle (decirme) las cosas que necesitaba, o al menos un poco. Al lado de la placa, quedó la punta de cuarzo rosa que le llevé: algo así como una ceremonia pagana para sacarme este dolor del pecho, que llevaba clavado ahí hace más de diez años.

El mismo ritual, fue para la abuela: la misma que puteaba en Ucraniano, y era más buena  que el pan, detrás de esa muralla de rigidez y normas. “Haga bien, o no haga”, era la frase en castellano atravesado que más recuerdo. Y me decía чорний, chornyy, que quiere decir “Negra”. (De todos los nietos, soy la única con el pelo castaño… ¡como ella!)

Cada despedida es un encuentro, sostengo. Un encuentro con el mundo y con uno mismo sin aquello que se fue.

Y el mundo sigue ahí, hermoso y difícil, pero repleto de sorpresas. Sólo hay que encontrar la manera de soltar, de dejar ir, (de perder, si se quiere), para empezar a ver todo lo que está alrededor.

Creo que estoy empezando a poder: al menos, reencontré cosas buenas, como el afecto de tanta gente a la que jamás pensé que le importaría;  la charla compartida con mis primos, a los que hacía tanto que no veía; y tantas otras cosas que no sabía que extrañaba.

"Spring White", Frances Mcdonald.
Lo verdaderamente extraño, es encontrarte con la que fuiste,  a cada paso. Y reconocerla. Se vuelve menos extraño cuando te cae la ficha de que es parte de vos, que todo eso que fue, es lo que te lleva a ser quien sos: con tus pasiones; tus enigmas; tu ignorancia tus ganas y tu locura saludable. Esa, que te trae de vuelta a casa, sabiendo que el hogar no es un lugar físico, sino el  espacio en el que está tu corazón.

Volví. 

Quedan las ganas de más viajes, para más adelante, a dónde sea.

 Ahora sé que mi hogar está conmigo.  Siempre.

1 comentario:

  1. sos grosa sabelo !!! cada uno que leo me gusta más que el anterior aún...ansiamos tus publis Narcisa !!! :)

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