miércoles, 13 de marzo de 2013

El árbol de la memoria


Quiero contarles una vieja historia, de esas que se mantienen vivas en el río subterráneo que todos llevamos dentro. “El río debajo del río”, me gusta llamarle.
Es un río caprichoso, que une u desune; desaparece; borbotea y a veces inunda. Se nutre de lágrimas no derramadas y de sueños no soñados.
Había una vez una niña, que oía a sus mayores hablar con pena en un idioma que no entendía. A ella sólo le enseñaban laa “malas palabras”, para escandalizar  a la  abuela y algunas otras cosas, como “Quiero dormir”. Sin embargo, y porque no siempre hablaban aquel idioma,  desde muy pequeña, escuchaba  hablar con amargura  sobre los nazis y “lo que le habían hecho” a los polacos; judíos y ucranianos.  Alcanzaba a entender que era algo terrible, y supongo que fue entonces cuando comenzó aquel sueño de angustia que la acompañó tanto tiempo: el tiempo de la infancia, donde los minutos para la sorpresa  son eternos y fugaces para el juego.
El sueño, era casi totalmente  en blanco y negro y sin el menor sonido.
En él, veía a una multitud caminando cabizbaja; asustada; hacia un lugar enorme. Ella  que iban a morir, y quería gritarles con todas sus fuerzas que no fueran, que diesen media vuelta, que escaparan… pero por esos caprichos del sueño, no tenía voz. Entonces, comenzaba a correr para alcanzarlos, con la idea de tirar de la mano de alguno de  ellos para advertirle. Pero nunca los alcanzaba, sino que se encontraba  de pronto corriendo sola, a través de edificios de madera vieja y gris; gastados y con los tejados derruídos. Todo cuanto sentía, era que debía salir de allí, seguir corriendo, porque alguien esperaba. Dónde, no lo sabía. Pero la esperaban.
La carrera la dejaba sin aliento, en una colina, en la que se alzaba un árbol viejo y retorcido,  sin hojas y con ramas extrañamente rizadas. Entonces, veía una única  mariposa, azul, pequeña , posada  en uno de los nudos del tronco.
Cuando quería tocarla, la mariposa comenzaba a moverse, y se veía  a sí misma como desde arriba, con el vestidito blanco de los cuatro años y el cabello suelto, completamente sola. Empezaba a soplar el viento, y la mariposa alzaba vuelo.  Era entonces cuando despertaba.
Supongo que aquel sueño debió de seguir por mucho tiempo, hasta que lo olvidó. Pero no olvidó las mariposas.
Pasaron los años, y aprendío algunas cosas sobre la vida y la historia. Las mariposas azules, la siguieron fascinando y un día, descubrió que la mariposa del sueño sí existía. Tenía un nombre largo, y complejo.
 Y también, descubrió lo que decía  Elizabeth Kübler Ross sobre las mariposas dibujadas en las barracas de los campos de concentración. En las paredes estaban grabados nombres; iniciales y dibujos. ¿Qué instrumentos utilizaron para hacerlos?. ¿Piedras?.¿Las uñas?. Los observé más detenidamente y noté que había una imagen que se repetía una y otra vez.
Mariposas.
Había dibujos de mariposas dondequiera que mirara. Algunos eran bastante toscos, otros más detallados. […] Sin embargo, las barracas estaban llenas de mariposas. En cada barraca que entraba, mariposas.”¿Por qué? ¿Por qué mariposas?.”
Seguro debían de tener un significado especial , pero ¿cuál?. Durante los siguientes 25 años me hice esa pregunta y me odié por no encontrar una respuesta.

El sueño volvió una noche, peor que antes: esta vez su padre también estaba allí, y otra vez, no pudo alcanzarlo ni gritarle. Sólo que esta vez, él llegó hasta el árbol de la mariposa, lo miró, la miró a ella y sonrió, asintiendo. “Busca”—le dijo. Y se marchó.
Y eso hizo. Buscó. Y un día, después de muchas búsquedas, encontró a dos, que llevaban el mismo apellido, no importa cual, registrados como prisioneros en Auschwitz –Birkenau. Ni siquiera supo si eran o no familia, simplemente los guardó en su memoria. Se llamaban Jan y Sergiej.
Hasta que un día, el río de la memoria resurgió, caudaloso, y volvió a soñar.
Esta vez, la acompañaban ellos. Y ya no era una niña, sinó una mujer joven. Y el árbol, estaba afuera, esperando. En una puesta de sol, lleno de mariposas azules.
Ese, es el árbol de la memoria. La memoria de todos aquellos que fueron borrados de cualquier lugar de la faz de la tierra, por ser quienes eran .
Este  cuadro, es mi torpe homenaje a todos ellos.
Mixta sobre lienzo, 2013. © Viviana Werenczuk

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