Quiero contarles una vieja historia, de esas que se
mantienen vivas en el río subterráneo que todos llevamos dentro. “El río debajo
del río”, me gusta llamarle.
Es un río caprichoso, que une u desune; desaparece; borbotea
y a veces inunda. Se nutre de lágrimas no derramadas y de sueños no soñados.
Había una vez una niña, que oía a sus mayores hablar con
pena en un idioma que no entendía. A ella sólo le enseñaban laa “malas palabras”,
para escandalizar a la abuela y algunas otras cosas, como “Quiero
dormir”. Sin embargo, y porque no siempre hablaban aquel idioma, desde muy pequeña, escuchaba hablar con amargura sobre los nazis y “lo que le habían hecho” a
los polacos; judíos y ucranianos.
Alcanzaba a entender que era algo terrible, y supongo que fue entonces
cuando comenzó aquel sueño de angustia que la acompañó tanto tiempo: el tiempo
de la infancia, donde los minutos para la sorpresa son eternos y fugaces para el juego.
El sueño, era casi totalmente en blanco y negro y sin el menor sonido.
En él, veía a una multitud caminando cabizbaja; asustada; hacia
un lugar enorme. Ella que iban a morir, y
quería gritarles con todas sus fuerzas que no fueran, que diesen media vuelta,
que escaparan… pero por esos caprichos del sueño, no tenía voz. Entonces,
comenzaba a correr para alcanzarlos, con la idea de tirar de la mano de alguno
de ellos para advertirle. Pero nunca los
alcanzaba, sino que se encontraba de
pronto corriendo sola, a través de edificios de madera vieja y gris; gastados y
con los tejados derruídos. Todo cuanto sentía, era que debía salir de allí,
seguir corriendo, porque alguien esperaba. Dónde, no lo sabía. Pero la
esperaban.
La carrera la dejaba sin aliento, en una colina, en la que
se alzaba un árbol viejo y retorcido, sin
hojas y con ramas extrañamente rizadas. Entonces, veía una única mariposa, azul, pequeña , posada en uno de los nudos del tronco.
Cuando quería tocarla, la mariposa comenzaba a moverse, y se
veía a sí misma como desde arriba, con
el vestidito blanco de los cuatro años y el cabello suelto, completamente sola.
Empezaba a soplar el viento, y la mariposa alzaba vuelo. Era entonces cuando despertaba.
Supongo que aquel sueño debió de seguir por mucho tiempo,
hasta que lo olvidó. Pero no olvidó las mariposas.
Pasaron los años, y aprendío algunas cosas sobre la vida y
la historia. Las mariposas azules, la siguieron fascinando y un día, descubrió
que la mariposa del sueño sí existía. Tenía un nombre largo, y complejo.
Y también, descubrió lo que decía Elizabeth Kübler Ross sobre las mariposas dibujadas en las barracas de los campos de concentración. En las paredes estaban grabados nombres; iniciales y dibujos. ¿Qué instrumentos utilizaron para hacerlos?. ¿Piedras?.¿Las uñas?. Los observé más detenidamente y noté que había una imagen que se repetía una y otra vez.
Y también, descubrió lo que decía Elizabeth Kübler Ross sobre las mariposas dibujadas en las barracas de los campos de concentración. En las paredes estaban grabados nombres; iniciales y dibujos. ¿Qué instrumentos utilizaron para hacerlos?. ¿Piedras?.¿Las uñas?. Los observé más detenidamente y noté que había una imagen que se repetía una y otra vez.
Mariposas.
Había
dibujos de mariposas dondequiera que mirara. Algunos eran bastante toscos, otros
más detallados. […] Sin embargo, las barracas estaban llenas de mariposas. En
cada barraca que entraba, mariposas.”¿Por qué? ¿Por qué mariposas?.”
Seguro
debían de tener un significado especial , pero ¿cuál?. Durante los siguientes
25 años me hice esa pregunta y me odié por no encontrar una respuesta.
El sueño volvió una noche, peor que antes: esta vez su padre
también estaba allí, y otra vez, no pudo alcanzarlo ni gritarle. Sólo que esta
vez, él llegó hasta el árbol de la mariposa, lo miró, la miró a ella y sonrió,
asintiendo. “Busca”—le dijo. Y se marchó.
Y eso hizo. Buscó. Y un día, después de muchas búsquedas, encontró
a dos, que llevaban el mismo apellido, no importa cual, registrados como
prisioneros en Auschwitz –Birkenau. Ni siquiera supo si eran o no familia,
simplemente los guardó en su memoria. Se llamaban Jan y Sergiej.
Hasta que un día, el río de la memoria resurgió, caudaloso,
y volvió a soñar.
Esta vez, la acompañaban ellos. Y ya no era una niña, sinó una
mujer joven. Y el árbol, estaba afuera, esperando. En una puesta de sol, lleno
de mariposas azules.
Ese, es el árbol de la memoria. La memoria de todos aquellos
que fueron borrados de cualquier lugar de la faz de la tierra, por ser quienes
eran .
Este cuadro, es mi
torpe homenaje a todos ellos.
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